sábado, 20 de agosto de 2011


Y pasaron los días, las semanas, me atrevería a decir que los meses, y ella estaba ahí, vagabundeando por esas calles agotadoras, las cuales un día le llevaron al placer de la felicidad. La misma plaza de siempre, la misma gente de siempre, todo era lo de siempre, pero con una diferencia. Ya no volvería a entrar a ese piso, de grandes ventanas, de gran comodidad en el cual se encontraba ese chico, aquel que deshizo todas las ilusiones por no poder luchar un poco más, quizás no quería. Estaba parada enfrente de su portería, mirando su balcón, se daba cuenta que el sol ya no apretaba como siempre, más bien las nubes grises se entorpecían en el camino. No entendía como podía querer tanto a una persona pese al daño que se habían echo, sabía que no podía hacer nada, porque la cobardía le invadía al pasar cada día por esa calle. Siempre se quedaba observando la fachada, seguía siendo la misma, quizá un poco más deteriorada. Pensaba en presentarse delante de su puerta, pero no, era inútil, y ella seguía el mismo camino, se alejaba sin mirar atrás porqué sabia que la realidad era esa. Empezaba a llover, eran gotas finas que deslizaban lentamente por la piel. Seguía aumentando y cada vez de forma más continuada, le encantaba mojarse bajo la lluvia, pero ese día no se sentía ni con fuerzas de jugar en ella, solo tenía ganas de llegar a casa. Mientras avanzaba, escuchó una voz, le resultaba familiar, pero se perdía entre el ruido de la lluvia al tocar al suelo y no la escuchaba con claridad. Además se había jurado no girarse, era atormentarse más de lo que hacía. Quizá era su propio pensamiento que estaba obsesionado. Pero esa voz insistía, una y otra vez. Era una voz masculina. Quieta, inmóvil, se quedó en su sitio, no quería, no podía girarse. Se puso a llorar. Una mano tocó su hombro, ésta se deslizaba por su cara, le acariciaba suavemente pero llena de nostalgia sumada de pasión. Tenía grandes escalofríos, era una mezcla de frío y esas sensaciones olvidadas que volvían a encontrarse. Sabía que ya no era obsesión, que estaba sucediendo y no podía negarse. Se giró y entorpeció con su mirada, esa mirada que hablaba por si sola. Ella necesitaba hablar, pese que sus lágrimas le entrecortaban, pero era inútil. Esa mano se interpuso en su boca… y lentamente se acercaba a ella, mientras se perdía suavemente por sus labios, haciéndoles callar de la forma más diferente pero bonita a la vez. Y pasaron los días, las semanas, me atrevería a decir que los meses y ellos decidieron luchar por lo que querían.  

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